Estás leyendo esto por la misma razón que el que lo escribió: la seguridad.
Probablemente, ambos, nos dedicamos a trabajar en esta materia o al menos es
algo que te preocupa o quizás sobre la que tienes interés. Es tan importante
que, si le preguntamos al mismísimo Abraham Maslow, este nos indicaría
apuntando con el dedo y de forma amable, que esta se encuentra en la segunda
planta de su famosa pirámide “Justo ahí caballero, suba por la sección de
alimentación, que la de eliminar los desechos está en obras. De nada, buenos días,
adiós, adiós…”.
Si intentásemos atrapar el concepto “seguridad”, probablemente saldrían volando miles de definiciones, algunas más acertadas que otras y otras más certeras que
algunas. Según la Real Academia de la Lengua, esto es la seguridad:
No muy inspiradora ¿verdad? No me atrevo a recurrir a los filósofos, puesto
que hay tantas escuelas y doctrinas que terminaríamos retorciendo el concepto tanto
como para terminar enredados como una lámina de Escher. Como podemos ver, un
término tan sencillo puede complicarse tanto que es casi imposible dar una
descripción que lo atornille a nuestras mentes. ¿Por qué? Quizás porque la
seguridad es compleja, engañosa.
Cuando crees tenerlo todo bajo control hay un detalle que saltaste por
alto, una milésima de segundo que pensaste qué “la probabilidad de que
ocurriera era muy pequeña”. Es como esa partida de ajedrez que jugaste y perdiste
por aquel pérfido alfil que salió, por sorpresa, cuando moviste a la
caballería. “Ah, cuando parecía que todo estaba ganado, un mal movimiento y el
desastre lo reduce todo a una nube de escombros”.
Frank Bird decía que antes de que ocurriese un accidente grave le precedía
un reguero de incidentes de menor categoría. Esos pequeños “Bah, tampoco es
para tanto, lo tenemos controlado”, al final terminaban siendo un gran y solo motivo
para lamentarse. La falsa percepción de control sobre el devenir, los
acontecimientos, que deriva en un daño irreversible, una pérdida que no
devolverán las lamentaciones. Pero mientras dura, esa sensación de control es
un reconfortante remanso de paz…
Si quisiéramos categorizar a la seguridad bajo la teoría de sistemas
complejos, apuesto, sin formalidades previas, que entraría de lleno dentro de
los sistemas caóticos. La misma solución no funciona dos veces, el mismo
cortafuego que usa tu vecino no es el que te protege mejor a ti. Si en el
mundillo de la ingeniería del software Brooks ya anticipó que “no hay balas de plata”, en seguridad estamos en condiciones de afirmar con rotundidad un
concepto otras veces repetido: “Si hay algo seguro es que no hay nada seguro”.
No suena tan potente como el clásico, pero es con lo que tenemos que vivir día
a día.
Pretender aplicar soluciones genéricas, desprovistas de enfoque, ausentes
de una dirección concreta y bajo el precepto de “a otros le funciona” es el
equivalente a recetar un calmante para intentar curar la estulticia congénita.
No existe “la solución”. No existe “el producto”. Ni tan siquiera existe “el
proceso”. No hay Unguentum Armarium. ¿Qué tenemos entonces? ¿Cómo resolvemos el problema?
Primero, asumir que no existe el riesgo cero. Segundo, asumir que algo va a
ocurrir cuando el riesgo no es cero. Sí, es así de fácil. Es una carrera
imposible, la suma infinita de Aquiles, una paradoja perversa. No existe una
meta, siempre perseguimos una finalidad que es un espejismo. No terminamos un
día y decimos “ya es seguro, recoge y vámonos”. No existe una muralla sin
grietas y no hay una grieta que mañana no se convierta en una brecha. Todo es
un proceso: descubrir, analizar el riesgo, valorar su minoración, prepararnos
para el impacto y tener un plan de contención de los daños y por último…vuelta
a empezar de nuevo.
Desde Hispasec estamos cambiando la forma en la que planteamos la seguridad a nuestros clientes. No creemos en balas de plata. Asumimos que el mundo es
complejo, lleno de detalles, matices. Que no es solo poseer un sentido de adaptación y
anticipación, sino que debemos ofrecer una mimetización con las necesidades concretas,
analizadas, detalladas y estudiadas. No queremos ser un recurso genérico, una
alternancia necesaria o sucumbir a la maquinización sistemática; a la fiebre
del bajo costo y sensación de deja-vú.
Creemos que acercarnos y escuchar es el principio adecuado. Tenemos armas para combatir el riesgo, pero es necesario medir, cuantificar, valorar, sopesar, etc. El traje debe ser hecho a medida, no valen arreglos de sastre con prisas. Esa es la idea: escuchar, escuchar y escuchar. Hay una necesidad y necesita ser comprendida, encaminada a una solución óptima y satisfactoria, y eso no puede alcanzarse haciendo lo mismo que hacemos siempre. No podemos pretender avanzar y hacer progresar las cosas si siempre andamos el mismo camino.
Creemos que acercarnos y escuchar es el principio adecuado. Tenemos armas para combatir el riesgo, pero es necesario medir, cuantificar, valorar, sopesar, etc. El traje debe ser hecho a medida, no valen arreglos de sastre con prisas. Esa es la idea: escuchar, escuchar y escuchar. Hay una necesidad y necesita ser comprendida, encaminada a una solución óptima y satisfactoria, y eso no puede alcanzarse haciendo lo mismo que hacemos siempre. No podemos pretender avanzar y hacer progresar las cosas si siempre andamos el mismo camino.
Si algo nos han enseñado años de auditoría, diálogo abierto y manos tendidas
es que el único actor cómodo con la generalización es el riesgo. Un auténtico
depredador sigiloso, paciente, acechante. Haz dos veces lo mismo, a la tercera
estará esperando que muevas la pieza equivocada sobre el tablero para asestarte
un certero jaque. Entonces te acordarás de Bird, Brooks, Winslow y de toda la
caballería…

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